La jornada electoral y el problema de la percepción tecnológica

La jornada electoral y el problema de la percepción tecnológica

Por Pablo A. Ruz Salmones CEO, X eleva Group


Recientemente se llevaron a cabo elecciones para elegir a los representantes del Poder Judicial en México. Como suele ocurrir en cualquier jornada electoral, hubo opiniones divididas: algunas personas respaldaron los métodos utilizados, mientras que otras los cuestionaron. Uno de los señalamientos más recurrentes —por parte de la población interesada, que fue poca— se centró en los métodos de conteo de votos, que serían distintos a los llevados a cabo en las jornadas regulares. 

Cortesía
Pablo A. Ruz Salmones

Este escenario lleva a una reflexión importante y que se presenta cada que se tiene que elegir un nuevo cargo público: ¿deberíamos, como ya ocurre en otras naciones, implementar sistemas electrónicos de votación? Y si la respuesta es afirmativa, ¿cómo debería hacerse? Después de todo, ¿no está la tecnología en condiciones de contar unos “simples” votos?

La compleja realidad del voto electrónico

La realidad, sin embargo, es mucho más compleja. En Estados Unidos, por ejemplo, desde hace varios ciclos electorales, persiste la sospecha de que las máquinas de votación pueden ser vulnerables al fraude. Tal fue el caso de las acusaciones que dieron lugar a demandas por parte de Dominion, la empresa responsable de muchas de estas máquinas, contra quienes promovieron teorías de manipulación electoral.

Una rápida búsqueda en internet basta para encontrar videos que muestran cómo estos dispositivos pueden ser reconfigurados para ejecutar software distinto al destinado para la votación. La pregunta relevante es: ¿puede esto suceder durante una elección? ¿Es posible alterar el sistema antes o durante la jornada electoral?

En el fondo, este debate trasciende lo técnico. El verdadero reto no está únicamente en la funcionalidad de los sistemas, sino en la confianza pública.

El verdadero desafío: la percepción

Para que un sistema electoral funcione, se requiere de dos cosas:

1. Que el sistema opere correctamente.

2. Que la ciudadanía crea que opera correctamente.

 

Imaginemos una asamblea de accionistas votando por el nuevo director general entre dos candidatos: Juan y Pedro. Se acuerda que el voto será secreto, en papel, y que un miembro de la mesa —casualmente amigo cercano de Juan— se encargará del conteo. Gana Juan por mayoría aplastante. Sin importar que el conteo haya sido impecable, los votantes de Pedro podrían dudar del resultado. ¿Fue manipulado? Tal vez no. Quizá el conteo fue correcto. Pero la percepción de parcialidad genera desconfianza.

Ahora supongamos que el conteo lo realiza alguien totalmente imparcial, sin vínculo con alguno de los candidatos. El resultado es el mismo: Juan gana de forma clara. Esta vez, ambas partes aceptan el resultado. ¿Qué cambió? La percepción de legitimidad. No era el sistema el que fallaba, sino la confianza en quien lo ejecutaba.

Tecnología bajo sospecha

Este es precisamente el dilema que enfrenta la tecnología electoral. La gente tiende a verla como vulnerable, manipulable. No es de extrañarse, considerando la frecuencia con la que se reportan hackeos a plataformas como WhatsApp o redes sociales.

A pesar de que las máquinas de votación en Estados Unidos ya contemplan medidas de seguridad, como la emisión de comprobantes físicos del voto emitido, el hecho de que el conteo no sea visible al público sigue siendo un obstáculo para su aceptación generalizada —especialmente en contextos como el mexicano. El que el voto no esté en papel y uno pueda decir: “aquí está cómo voté y ahí esa persona contó mi voto” genera una gran desconfianza.

¿Y usted, votaría a favor de la tecnología?

Como ocurre en muchos otros ámbitos, el dilema de la tecnología no reside en sí misma, ni en sus funcionalidades ni capacidades, sino en la relación que la sociedad establece con ella. La percepción y la confianza son tan importantes como el código que ejecuta el sistema.

Entonces, ¿cómo construimos confianza en la tecnología? ¿Deberíamos darle una oportunidad a que la tecnología mejore nuestras jornadas electorales? ¿Que las haga más prácticas, rápidas y sencillas?

Yo votaría que sí. ¿Y usted?

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